UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

La Unción de los Enfermos, Plenitud de la Penitencia Cristiana

«El Sacramento de la Unción de los Enfermos es un signo de que Cristo vence la debilidad y la enfermedad de los hombres y, finalmente, la muerte misma. Así lo enseña la Iglesia a los cristianos, para que sepan ver en este sacramento la presencia cercana y amorosa de Dios» (Enf. 262).

Los enfermos son un tesoro para la Iglesia y para el mundo. Muchas veces, una deficiente catequesis y ancestrales temores han hecho que este Sacramento fuera pospuesto lo más posible; por ello se invita a catequizar convenientemente y a celebrar comunitariamente el sacramento en las parroquias y comunidades. La visita y atención a los enfermos sigue siendo una de las tareas importantes del sacerdote.

Presencia de Jesús en el mundo del dolor

El cristiano, como todo ser humano, tiene que enfrentarse antes o despues con el misterio del sufrimiento y de la muerte, que atenaza su existencia. La fe en Jesucristo le enseña que el sufrimiento, unido al sufrimiento de Cristo, tiene sentido redentor. El cristiano ya no sufre ni muere solo, Jesucristo sufre y muere con él.

El Sacramento de la Unción de los Enfermos es ese momento fuerte de encuentro con Jesucristo que viene a asumir los sufrimientos y la muerte del cristiano haciéndolos suyos y, por tanto, redentores.

Y si el sufrimiento y la muerte de Cristo ha producido el perdón de los pecados, la Unción de los Enfermos viene a ser como la plenitud de la penitencia cirstiana. El cuerpo y el alma están de tal modo unidos, que Cristo no sólo da la salvación al alma, sino que cura también los cuerpos. Jesús perdona los pecados del paralítico antes de decirle «levántate y anda»; y al paralítico de la piscina de Bethesda le ofrece la salud del cuerpo antes de decirle «no vuelvas a pecar».

La enfermedad no es el resultado de los pecados personales, pero por el pecado entró la muerte en el mundo. Por eso Jesús cura a los enfermos y los apóstoles reciben la misión de curar y la realizaban ungiendo con óleo a los enfermos (cf. Mc 6,12-13).

«¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia…» (St 5,14s). El Sacramento es para los enfermos; no es, como norma, para los moribundos. Si se da al moribundo es porque está enfermo y no precisamente porque se vaya a morir.

Presencia de la Iglesia en los enfermos

Foméntese con asiduidad pastoral la visita a los enfermos, bien sea por el sacerdote o por equipos de laicos, de tal manera que aquellos puedan vivir su enfermedad con una presencia de la Iglesia. Durante todo el transcurso de su enfermedad se procurará ofrecerles los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y en su caso, la Unción de los Enfermos, como un auxilio normal para su enfemedad y no como un remedio sólo para los últimos momentos de su vida.

Para valorar el sentido positivo del sacramento de la Unción de los Enfermos es necesaria una catequesis frecuente sobre el mismo a fin de que los cristianos pasen de verlo como un sacramento «temido» a un sacramento «deseado»,

Cuídese la delicadeza pastoral con la persona que recibe el sacramento. No se retrase peligrosamente ni se administre a quienes no reúnan las condiciones requeridas, después de un juicio prudente. Pero, al mismo tiempo, habrá que ir creando conciencia y sensibilidad en los fieles para que, sin respetos humanos, propongan a la familia del enfermos y al enfermo mismo la recepción de éste y de los demás sacramentos en el tiempo oportuno.

Foméntese en las parroquias la celebración comunitaria de la Unción de los Enfermos. Estas celebraciones, previas las catequesis y preparación oportunas, tanto a los ungidos como a la comunidad que asiste gozosamente a la celebración, pueden servir para ir familiarizando a los fieles con el sacramento. Cuiden en todo caso los párrocos que, en las personas que vayan a ser ungidas, se dé la condición de «haber comenzado a estar en peligro por enfermedad o vejez» (c. 1004).

Cuídese también con esmero la presencia sacramental y amiga de los capellanes en los centros hospitalarios. Los capellanes prestan un gran servicio pastoral en su enfuerzo por rodear los sufrimientos y en especial los últimos momentos de la vida humana de una presencia fraterna y cristiana, que alivia la soledad del moribundo, en una sociedad en la que las personas mueren cada vez en mayor número dentro de las instituciones sanitarias, lejos de las comunidades naturales.

Sería conveniente que, en los casos de defunción acaecida en centros hospilalarios, los capellanes notificaran a las parroquias si el difunto recibió los sacramentos.

Redáctense para los fieles formularios sencillos de recomendación del alma, habida cuenta de que en múltiples ocasiones no pude estar presente el sacerdote.

Sentido de la enfermedad

Cuando Dios creó al hombre no quiso que padeciera enfermedades. La enfermedad fue consecuencia del pecado. Es un signo externo (corporal), del daño tan tremendo que se ha producido en todo el ser del hombre por causa del pecado que le ha separado de Dios. Dios es fuente de vida y salud; si el hombre se separa de Él por el pecado queda sin vida (la muerte también es consecuencia del pecado), o con una vida disminuída y dificultosa (enfermedad). El daño que el pecado produjo en el hombre no quedó sólo en su alma, sino que también afectó a su cuerpo (fue como una infección que se declaró en el interior de su ser, en el alma, pero que brotó hacia afuera y afectó también al cuerpo).

Cuando Dios prometió un Salvador que nos librara de los pecados dijo que su venida estaría marcada, entre otras cosas, por un signo notable, la curación de los enfermos: «En ese tiempo nadie dirá: Yo estoy enfermo» (Is. 33,24).

La vida y el misterio de Jesús fueron cumplimiento total y definitivo de todo lo que Dios había anunciado. La gran cantidad de enfermos que vemos alrededor de Jesús atestigua que con Él ha venido la «salud» no sólo espiritual, sino también corporal. Cristo predica la conversión y ofrece el perdón de los pecados, que son los que dañan al hombre, pero tambien hizo muchas curaciones milagrosas como signo externo de su poder y de la curación interna que venía a traer (Mt. 9,1-8). Pero Jesús no iba a quitar la enfermead haciendo milagras (eso era un signo, una demostración), sino cargando con nuestras enfermedades, tomando sobre sí nuestras flaquezas (Is. 53.4). Jesús en la cruz golpeado, magullado, humillado, es el «Divino Enfermo» que nos muestra su amor al hacerse solidario con nuestros sufrimientos. Por no tener El no debía sufrir, pero quiso padecer por amor; no nos dejó sufrir sólos, sino que quiso sufrir por y con nosotros.

Después de la muerte y resurrección de Jesús la enfermedad no ha desaparecido de la tierra, pero ha cambiado de significado. Antes era signo de pecado y por tanto de separación de Dios, de desesperación; después de Cristo se ha convertido en signo de salvación si unimos nuetros sufrimientos a los de Cristo. Él nos salvó ofreciendo los sufrimientos de la cruz que Dios Padre aceptó; tambien ahora el Padre acepta nuestros sufrimientos por nuestros pecados y los del mundo, pero hemos de sufrir unidos a Cristo. Con Él el sufrimiento se convierte en instrumento de redención. La enfermedad así se convierte en una especial llamada de Jesús a compartir con Él su cruz y completar lo que falta a su Pasión en su Cuerpo Místico, la Iglesia. Por eso a los enfermos no debemos «tenerles lástima», sino ayudarles a que descubran y entiendan la misión fundamental que tienen dentro de la Iglesia.

Jesús no siempre iba a estar con nosotros en su condición terrena; por ello preparó a los apóstoles y les encargó que continuaran su misión en la cual tambien entraba el curar a los enfermos. «Y llamando a sus doce discípulos les dió poder… para curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt. 10,1).

La Iglesia hoy, continuadora de la misión de Jesús y de los apóstoles, ha de acercarse también a los enfermos. Jesús quiere acercarse hoy a los enfermos a través de lso cristianos, sus discípulos; nosotros hemos de ser presencia viva de Jesús junto a los que sufren. Bien entendido que hoy la gracia de Dios viene a los enfermos, ordinariamente, de una forma menos espectacular que en la vida terrena de Jesús y en la era de los apóstoles. Hoy la fuerza salvadora de Jesús y la venida del Espiritu Santo Consolador se nos ofrecen envueltos en la humildad de los sacramentos: Jesús hoy quiere consolar y fortalecer a sus enfermos a través de un sacramento, el de la Unción de Enfermos.

El Sacramento de la Unción de Enfermos

Su origen está en los Apóstoles. Leemos en el Nuevo Testamento: «Si alguien está enfermo, que llame a los presbiteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo. El Señor lo aliviará y, si tuviera pecados, le serán perdonados» (St. 5,1415).

Este sacramento se administra a enfermos de cierta gravedad. «El tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez».

«Con la Unción de los Enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve, e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y muerte de Jesucristo, contribuyen así al bien del pueblo de Dios».

El ministro de este sacramento es el sacerdote. Comúnmente se llama al propio párroco, o al capellán del hospital. Pero puede invitarse a cualquier sacerdote para que lo administre. Este Sacramento se administra una sola vez en la misma enfermedad, a no ser que el enfermo, después de haber recibido la Unción de los Enfermos, hubiera convalecido y cayese de nuevo en otro peligro de muerte. Se permite también repetirlo durante la misma enfermedad si se da una recaída crítica.

El sacerdote administra la Unción de los Enfermos en esta manera: unge, en forma de cruz, con aceita bendecido por el Obispo, la frente y las manos del enfermo, y dice al mismo tiempo: «Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén». «Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén».

Antes ha precedido la lectura de la Palabra de Dios. El sacramento es una verdadera celebración. Conviene que estén presentes los familiares.

El enfermo que se encuentre en pecado mortal, para recibir dignamente el Sacramento de la Unción, debe confesarse, y si no es posible, debe hacer un acto de contrición. Debe confiar en la virtud del sacramento, en la misericordia de Dios. Además, debe, con total entrega a Dios, resignarse a la voluntad de Dios.

Los frutos de este sacramento son:

– Puricica el alma: borra los pecados veniales y aún los mortales, si el enfermo está arrepentido de ellos y no puede confesarlos. Concede la plenitud de la penitencia cristiana.

– Da paciencia para sufrir las molestias de la enfermedad: no es una anestesia, sino un fortalecimiento para unir los sufrimientos propios a los de Cristo en su pasión y muerte con ánimo generoso.

– Da gracia para vencer las tentaciones del demonio y la que nacen del desorden orgánico de la enfermedad. El diablo puede redoblar las tentaciones, en un último esfuerzo por perder al enfermo. Este sacramento ayuda a superar con la confianza en Dios las angustias de la muerte.

– Da salud al cuerpo: si esto es bueno para la salvación de su alma.

¿Qué hacer en caso de enfermedad?

En caso de enfermedad seria: El enfermo debe pedir por sí mismo y recibir con gusto la visita del sacerdote que le trae el consuelo de Dios.

Los parientes y amigos del enfermo pueden hacer una obra de caridad muy grande avisando al sacerdote para que ayude al enfermo en este momento tan importante de su vida.

\El enfermo debe saber cuál es su situación, para que así pueda prepararse bien al encuentro con Dios tras la muerte. No hay que temer que se espante por la visita del sacerdote. Muchas veces tienen más miedo los que están cerca del enfermo que él mismo.

Cuando no se encuentra a un sacerdote hay que ayudar al enfemro a que pida perdón a Dios por todos sus pecados. Se puede rezar con él el acto de contrición.

Cuando el enfermo agoniza hay que crear a su alrededor un ambiente de serenidad y hacer la recomendación del alma.

\Hay que rezar en voz alta junto al moribundo para que no le falte en esos momentos el consuelo de la fe.

Recuerda: ¡¡¡Muy importante!!!

¿La enfermedad es una desgracia?

No. Es una oportunidad de unirnos a Jesucristo y parecernos a Él, que padeció por nosotros. Hay que ofrecer a Jesucristo el dolor y así reparar por nuestros pecados y los de los demás. Podemos ayudar a Jesucristo a salvar al mundo.

Los que han de atender a un enfermo hay de recordar que cuidan a Jesucristo, que dijo: «Estuve enfermo y me visitásteis». La luz de la fe nos hace entender que no sólo se atiende al padre, hermano, esposo, o madre enfermos, sino al mismo Jesucristo.

¿Cómo podemos ayudar al enfermo?

No tenerle lástima. No engañarle. Hay que acompañarle y aliviarle en todo lo que se pueda (médicoa, medicinas…). Hay que ayudarle a descubrir que tiene una misión muy importante que cumplir en la parroquia: ofrecer sus sufrimientos a Dios para que todos puedan salvarse y llegar a la felicidad del cielo.

Hay que rezar por ellos. Rezar con ellos. Hay que avisar al sacerdote para que empiece a visitarle y en el momento oportuno le administre el sacramento de la Unción de los Enfermos.

¿Hay que esperar a que el enfermo ya no se dé cuenta?

No. La visita que más necesita es la de Jesucristo y el sacerdote le trae el consuelo y la ayuda del Señor.

No hay que tener miedo a que el enfermo se asuste, de lo que nos tiene que dar miedo es de que se muera en pecado.

¿Pueden los ancianos recibir el sacramento de la Unción de los Enfermos?

Es muy conveniente que los ancianos, aunque no estén gravemente enfermos, reciban el sacramento de la Unción de los Enfermos. Así notarán la fuerza y el consuelo de Dios para sobrellevar con paciencia las molestias y achaques de la vejez.

¿Los enfermos deben comulgar?

Es muy conveniente que el enfermo reciba la comunión con frecuencia. Jesucristo es el alimento que todos necesitamos, pero de manera muy especial los que soportan la prueba de la enfermedad. Sobre todo cuando se está en peligro de muerte se necesita la fuerza y el amor de Jesucristo en la Eucaristía. Lo llamamos «el Viático», porque es el alimento para el camino, este último tramo de nuestro camino en el que vamos al Cielo, a nuestra casa, que Jesucristo nos ha preparado con su muerte, resurrección y ascensión a los cielos.

No hay que tener reparo en avisar al sacerdote para que lleve, con frecuencia, la Sagrada Comunión a los enfermos.

Acudir a la Virgen María

En la enfermedad nunca hemos de olvidar a la Virgen María, consoladora de los afligidos y salud de los enfermos. Ella estuvo al pie de la cruz junto a su Hijo y hoy estará también siempre junto a los hijos que sufren para ayudar, consolar, fortalecer… Madre, ayúdanos a compartir, con nuetros sufrimientos, la cruz de Jesucristo.

Rezamos

Salmo 130

Desde lo más profundo clamo a tí, Señor:

¡Señor mío, escucha mi voz!

¡Estén tus oídos atentos a mi voz suplicante!

Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá resistir?

Pero en ti se encuentra el perdón, por eso te honramos.

Yo espero en el Señor con toda mi alma, confío en su palabra;

espero en el Señor más que los centinelas la aurora.

Espera, Israel, en el Señor; suyo es el amor y el rescate generoso,

¡El librará a Israel de todas sus culpas!

Salmo 23

El Señor es mi pastor, nada me falta.

En prados de hierba fresca me hace reposar,

me conduce junto a aguas tranquilas, y repone mis fuerzas.

Me guía por la senda del bien, haciendo honor a su nombre.

Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré:

porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me dan seguridad.

Me preparas un banquete para envidia de mis adversarios,

perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa.

Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida;

y habitaré en la casa del Señor por días sin término.

¡SEÑOR, AYUDAME EN LA ENFERMEDAD!

 

La Unción de los Enfermos, Plenitud de la Penitencia Cristiana

«El Sacramento de la Unción de los Enfermos es un signo de que Cristo vence la debilidad y la enfermedad de los hombres y, finalmente, la muerte misma. Así lo enseña la Iglesia a los cristianos, para que sepan ver en este sacramento la presencia cercana y amorosa de Dios» (Enf. 262).